Se dice que cada cual es el único capaz de realizar un cambio en sí
mismo. Modificarse en su trato, en su pensamiento, en sus aspiraciones. Se dice
esto, incluso a nivel terapéutico, pero yo, sin soberbia alguna, no lo creo
cierto.
Cambia el hombre al perder la inocencia, al enamorarse, al conocer el
dolor de una traición, el sufrimiento de la enfermedad, el espanto de guerra, y
la tramoya política.
Cambia también, por qué no, ante el insalvable constante cambio de su
ser amado; compañera o compañero de vida, en una ya patológica mutabilidad. Cambia
al observar la coherencia ya irremediablemente perdida. Cambia ante la soledad
de una obligada partida, y eterno silencio que vendrá sobre una historia que ya
no es compartida. ¡Claro que cambia!
Has tenido todo de una vida
Te he dado la obra y el escombro,
brazo, corazón, y siempre el hombro,
si acaso la senda era en subida
Te he dado la confianza y los celos,
la entrega, el egoísmo y la tristeza
lo afable de mi ser y la aspereza,
la pasión con la llave de los cielos
El temor, la piedad y los anhelos,
lo imposible fabricado en fantasía,
el sudor laborioso en cada día,
la trasnoche endulzada en caramelos
El apoyo en los momentos de dolor,
la soledad poblando cada ausencia,
los resultados burlando la insistencia,
la presencia constante del amor
No te dado la absoluta comprensión,
ni el ignoto camino a la verdad,
la entrega a tu cambiante voluntad,
ni me he postrado a tus pies en rendición
No te he dado otra cosa que mis días,
alfombrados por las flores o las rocas
Las preces sin duda fueron pocas,
más te dado todo aquello que tenía
Hoy te llevas mi parte de memoria
Agotada la luz que nos unía,
a un futuro de ausente compañía
se asoma mi presente, sin historia
Filemón Solo